lunes, 16 de junio de 2008

La iconografía del Quijote y el conjunto escultórico de Giraldo

Editorial de Balcón de Infantes (Mayo 2007)

Nunca un personaje literario ha disfrutado como Don Quijote del simbolismo iconográfico que lleva a identificar unos trazos, unos rasgos, unas formas en un plano o en el espacio con un personaje novelado, de ficción. Un personaje que, a base de simbolizar la concreción de un determinado espíritu caballeresco, cobra realidad transformándolo en un hombre vivo, real, que en su locura se ve afanosamente abocado a la inmortalidad.
Su alma, de perfil manchego y estela universal, fluye del realismo y la abstracción juntos, “viendo su rostro de media legua de andadura, seco y amarillo, la desigualdad de sus armas y su mesurado continente...”. Como en la œltima versión iconográfica, que ha venido de la mano del consagrado escultor Juan Antonio Giraldo, nacido en Villanueva de los Infantes, “El lugar...” de donde saliera un día el Ingenioso Hidalgo a la bœsqueda de aventuras y al que volvió para no morir nunca en su anhelo de eternidad. Y en esa andadura de la abstracción a la realidad va acompañado de su fiel escudero, a imagen y semejanza del personaje que describiera Cervantes, con “la barriga grande, el talle corto, y las zancas largas”.
La tensión entre idealismo y realismo, figuración y abstracción, subjetividad y objetividad está presente en el singular conjunto escultórico de Giraldo que, oficialmente, desde el atardecer de este 19 de abril lluvioso, desapacible y frío, en vísperas del aniversario de la muerte del Genio de las Letras españolas formará parte de la iconografía quijotesca con una característica particular: la de encontrarse en su propio escenario, la Plaza Mayor de “El lugar...”, en el corazón del campo de Montiel, entre el carácter renacentista y barroco de edificios religiosos y civiles. Como telón de fondo el destacado marco de la Parroquia de San Andrés o, enfrente, las balconadas corridas de madera en dos o tres alturas que fueron testigos de justas y torneos y del arranque de las hazañas del universal hidalgo manchego.
El conjunto escultórico de Giraldo, formado por las figuras de Don Quijote, Sancho, Rocinante y el Rucio, plantadas a pie de plaza, está inserto formando parte de su propio escenario. Obra próxima al espectador, de superficie rugosa, que podrá tocarlas (lo que denomina dactiliforma) a través de la propia materia abocetada, manteniendo la tensión de la obra inacabada para que el juego de luces y sombras lleve al espectador a dar la forma definitiva. Como expresa el crítico Ignacio Vasallo lo que más sorprende en la obra de Giraldo “ es la síntesis lograda entre una concepción clásica de la escultura y una materialización vanguardista”.
Cuantos hemos tenido oportunidad de seguir el proceso creativo de Giraldo hemos podido comprobar la minuciosidad de su trabajo, “un artista que trabajo como un artesano”, creando y recreando la obra a cada paso a través de su propia trayectoria vital. De ahí que pueda irrumpir lo insospechado, como en la propia vida de Alonso Quijano que en su desarrollo sale a buscar hazañas con lo que encuentra más a mano, los restos de una horca de labriego como lanza o, como adarga, la tapadera de una tinaja.
La dignidad de la figura, entre sorprendida y vehemente en su melancolía retrata al hidalgo circunspecto. Mientras Sancho en su realismo aldeano no olvida el pan en las alforjas, el vino en la bota y el aceite en la redina.
Sobre un eje en diagonal vibra el dinamismo de las figuras que mantienen su relación física y psíquica interior a través de la tensión establecida entre ellas.
Un conjunto escultórico inaugurado en homenaje a Cervantes que significará un hito en la iconografía quijotesca y un momento crucial para Villanueva de los Infantes, en la reasunción y reconocimiento de “El lugar de la Mancha”, en el antiguo y conocido Campo de Montiel.

No hay comentarios: